miércoles, 13 de julio de 2011

El Significado Del Nombre En Psicogenealogía.


Este primer «regalo» otorgado al recién nacido 
lo individualiza en el seno de la familia.

La psique infantil, tal como haría un animal doméstico, se identifica a ese sonido con el que constantemente atraen su atención. Termina incorporándolo a su existencia como si fuera un órgano o una víscera más. En la mayoría de los casos, en los nombres se desliza el deseo familiar de que los antepasados renazcan: el inconsciente puede disfrazar esta presencia de los muertos no sólo repitiendo el nombre entero (en muchas familias el primogénito recibe el mismo nombre que su padre, su abuelo, su bisabuelo; si es mujer puede recibir un nombre masculinizado que pasa por ejemplo de Francisco a Francisca, de Marcelo a Marcela, de Bernardo a Bernarda, etc.). Este nombre, si viene cargado de una historia, a veces secreta (suicidio, enfermedad venérea, pena de cárcel, prostitución, incesto o vicio, quizás de un abuelo, una tía, un primo), se hace vehículo de sufrimientos o de conductas que poco a poco invaden la vida de quien lo ha recibido.

Hay nombres que aligeran y nombres que pesan.

Los primeros actúan como talismanes benéficos. Los segundos, son detestados. Si una hija recibe de su padre el nombre de una antigua amante, queda convertida en su novia para toda la vida. Si una madre que no ha resuelto el nudo incestuoso con su padre da al niño el nombre de aquel abuelo, el hijo, preso en la trampa edípica, se verá impulsado a imitar al antepasado admirándolo y al mismo tiempo detestándolo, por ser un rival invencible. Aquellas personas que reciben nombres que son conceptos sagrados (Santa, Pura, Encarnación, Inmaculada, etc.) pueden sentirlos como órdenes, padeciendo conflictos sexuales. Aquellos bautizados como ángeles (Angélica, Rafael, Gabriel, Celeste, etc.) pueden sentirse no encarnados. Los Pascual, Jesús, Enmanuel, Cristián o Cristóbal es muy posible que padezcan delirios de perfección y a los 33 años tengan angustias de muerte, accidentes, ruinas económicas o enfermedades graves. A veces los nombres dados son producto del deseo inconsciente de solucionar situaciones dolorosas.

Por ejemplo, si un hombre cuando era niño fue separado de su madre, llamará a su hijo Juan-María, realizando en ese doble nombre su deseo de unirse con ella. Si un pequeño muere, al que le sigue lo pueden llamar René (del latín renatus, lo que significa «renacido»). Si un antepasado fue detenido, para vergüenza de su familia, por haber cometido una estafa o un robo, a un descendiente directo se le puede bautizar como Inocencio. Si una mujer con fijación incestuosa se casa con un hombre que tiene el mismo nombre que su padre, puede engendrar hijos que padezcan una confusión generacional: inconscientemente, al vivirse como hijos de su abuelo, considerarán a su madre como una hermana, lo que les provocará inmadurez. Si después de una niña nace un niño al que se le bautiza con el nombre de ella masculinizado (Antonia seguida de Antonio, Francisca seguida de Francisco, etc.), puede denunciar que el nacimiento de la nena fue una decepción y la joven, considerándose el esquema de un futuro hombre, puede vivir sumida en un doloroso desprecio a sí misma, sintiéndose incompleta.

Un nombre tomado de estrellas del cine o de la televisión, o de escritores famosos impone una meta que exige la celebridad, lo que puede ser angustioso si no se tiene talento artístico. Si los padres transforman el nombre de sus hijos en diminutivos (Lolo, Pepe, Rosi, Panchita), pueden fijarlos para siempre en la infancia.

Significado inconsciente de los nombres.

El inconsciente, por su naturaleza colectiva, esconde significados en los nombres que el individuo, sin conocerlos conscientemente, padece. Los nombres de santos inducen cualidades, pero también transmiten martirios. Algunas María pueden verse asediadas por el deseo de engendrar a un niño perfecto. Algunos José pueden tener dificultad para satisfacer a una mujer. A santa Valeria le cortaron la cabeza: las mujeres que reciben este nombre pueden tender a la locura. Ciertas Mercedes, nombre que desciende del latín merces (salario, pago), pueden ser tentadas por el comercio, ejercido con honradez.

Los nombres, en el inconsciente, funcionan como mantras (versos tomados de las obras védicas y usados como encantos). Estas palabras, por su repetición constante, originan vibraciones que producen determinados efectos ocultos. Los brahmanes creen que cada sonido en el mundo físico despierta un sonido correspondiente en los reinos invisibles e incita a la acción de una fuerza u otra. Según ellos, el sonido de una palabra es un eficaz agente mágico y la principal llave para establecer la comunicación con las entidades inmortales. Para la persona que desde que nace hasta que muere repite y escucha repetir su nombre, éste funciona como un mantra. Pero un sonido repetido puede ser benéfico o dañino. En la mayoría de los casos el nombre consolida una individualidad limitada. El ego afirma «Soy así y no de otra manera», perdiendo fluidez, anquilosándose.

Los grandes adeptos de la Magia, como Éliphas Lévi, Aleister Crowley o Henri Corneille-Agrippa, afirmaron que el ser humano tenía dos cuerpos, uno físico y otro de luz (también llamado cuerpo energético o alma) el que, por ser sagrado, no podía tener un nombre personal. El nombre que se pronuncia, unido como una sanguijuela al cuerpo físico, sólo manifiesta la individualidad ilusoria de la persona. El cuerpo de luz forma parte del impronunciable nombre de Dios. El propósito de estos magos era desarrollar o recordar el cuerpo de luz, integrándolo en la conciencia cotidiana. Si se alcanza un equilibrio funcional del cuerpo de luz con el cuerpo físico, el ego egoísta queda eliminado. La toma de conciencia del ser esencial abre la puerta de la libertad al dejar de estar encadenado a su nombre de pila, si éste se vive de forma dolorosa.

Manual de Psicomagia, “Consejos para sanar tu vida” , Alejandro Jodorowsky.

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Nuestro Nombre Es El Primer Contrato Con El Que Cargamos

Cuando bautizamos a un hijo debemos saber que junto con el nombre le pasamos una identidad. Evitemos por tanto los nombres de los antepasados, de antiguos novios o novias, de personajes históricos o novelescos.

Los nombres que recibimos son como contratos inconscientes que limitan nuestra libertad y que condicionan nuestra vida. Un nombre repetido es como un contrato al que le hacemos una fotocopia, cuando en el árbol genealógico hay muchas fotocopias el nombre pierde fuerza y queda devaluado.

Según Cristóbal Jodorowsky, el nombre tiene un impacto muy potente sobre la mente. Puede ser un fuerte identificador simbólico de la personalidad, un talismán o una prisión que nos impide ser y crecer.

Ya hemos comentado en otro artículo que en los árboles narcisistas cada generación repite los mismos nombres de sus ancestros y con ello se repiten los destinos.

¿Atraen ciertos barrios a personas cuyo estado emocional corresponde al significado oculto de esos nombres?

Dice Alejandro Jodorowsky que en Santiago de Chile vivió en La plaza Diego de Almagro, un lugar que él sintió como oscuro y triste. Resulta posible pensar que ese lugar era el reflejo de su interior en aquel momento de su vida.

Diego de Almagro fue un conquistador frustrado. Por engañosos consejos de su cómplice Pizarro, partió de Cuzco hacia las tierras inexploradas del Sur creyendo encontrar templos con tesoros fabulosos. Después de muchas calamidades volvió como alma en pena a Cuzco, donde su traidor socio, no queriendo compartir las riquezas robadas a los incas, lo hizo ejecutar.

Podríamos dedicar unos minutos a observar el lugar donde vivimos: en la calle de un poeta, de una santa benefactora, de un descubridor o tal vez en la de un general asesino.

Nada es casual, el mundo es como un espejo que nos refleja, cada vez que realizamos una mutación interior también cambia nuestro exterior.

¿Podríamos decir que los nombres tienen una especie de frecuencia que sintoniza con ciertos receptores? ¿Qué tipo de receptores?

Inconscientemente nos sentimos atraídos por cientos nombres que reflejen lo que somos, a veces son exactos y otras veces están ocultos detrás de máscaras, sólo hay similitudes léxicas o fonéticas:

Nuestra parte sana y positiva es un receptor que sintoniza con ciertos nombres, porque nos hacen gozar y sentirnos seguros.

Nuestra parte enferma y negativa es otro receptor que sintoniza nombres determinados, porque hay una intención supraconsciente de resolver el conflicto.

Reflexionemos de nuevo en los nombres de lo que hemos atraído a nuestro mundo:
-El nombre de nuestra empresa, centro de trabajo, escuela…
-El nombre de nuestra pareja, amigos, jefes, profesores…
-Personas que se cruzan en nuestro camino por “accidente” y se llaman exactamente igual que nuestro padre (o madre, hermano…)

¿Hay una programación inscrita en nuestro nombre y apellidos?

Según nos cuenta Alejandro Jodorowsky, tanto el nombre como los apellidos encierran programas mentales que son como semi­llas, de ellos pueden surgir árboles frutales o plantas veneno­sas. En el árbol genealógico los nombres repetidos son vehícu­los de dramas. Es peligroso nacer después de un hermano muerto y recibir el nombre del desaparecido. Eso nos condena a ser el otro, nunca nosotros mismos. Cuando una hija lleva el nombre de una antigua novia de su padre, se ve condenada a ser “la novia de papá” durante toda su vida. Un tío o una tía que se suicidaron convierten su nombre, durante varias generaciones, en vehículo de depresiones. A veces es necesario, para detener esas repeticiones que crean destinos adversos, cambiarse el nombre. El nuevo nombre puede ofrecernos una nueva vida. En forma intuitiva así lo comprendieron la mayoría de los poe­tas chilenos, todos ellos llegados a la fama con seudónimos.

¿Hay ejemplos que nos permitan comprender la importancia del nombre?

Nuestro nombre nos tiene atrapados, ahí está nuestra “individualidad”
-Barrick Gold (oro en inglés es gold) se convirtió en el mayor productor de oro del mundo.
-Brontis “voz de trueno” se dedica al mundo del teatro con una potente voz…
-Maria, Inmaculada, Consuelo se asocian a la pureza, la virginidad, nombres que exigen perfección absoluta, que nos limitan
-Miguel Ángel, Rafael, Gabriel, los nombres de ángeles dan problemas con la encarnación
-César, poderoso y asociado a la ambición

¿Cómo sé si el nombre que he recibido me perjudica?

Estudiar los nombres del árbol genealógico es igual que acceder al inconsciente. En los nombres encontramos secretos. Es importante ver cómo funciona el nombre que nos dieron.

Algunas cuestiones:
-Lo primero es saber la persona que nos nombró. ¿Papá?, ¿mamá?, ¿abuelo?, ¿la hermana?, ¿el padrino?… El que nombra, toma poder sobre lo nombrado y no es lo mismo llamarme Micaela por mi abuela paterna, si el nombre se le ocurrió a mi padre para repetir el nudo incestuoso, o por mi madre, para ser aceptada en la familia de mi padre, dándole una hija-clon de su suegra.

-¿De pequeño/a me gustaba mi nombre o me hubiese gustado llamarme de otra manera? Los niños tienen una intuición especial y una fresca desinhibición que les permiten rechazar de pleno lo que les contamina.

-Investigar de donde viene nuestro nombre:

*Si es de algún familiar, es bueno analizar su destino y los caminos que recorrió en su vida, porque probablemente venimos a repetirlos. Llamarse René después de un hermano muerto, es cargar con él toda la vida.

*Si es de alguien significativo para quién nos nombró, nos caerá la carga de darle a éste lo que el otro no le dio.

*Si es de algún personaje histórico, novelesco, as del fútbol o princesa de Mónaco, viviremos frustrados y fracasados si no seguimos el guión.

*Si es por algo material, adquiriremos las propiedades de ese elemento. Por ejemplo, “si me llamo por la muñeca de mi hermana, me convertiré en su muñeca, ella jugará conmigo, me dominará”.

*Si me llamo por algo inmaterial, tenderé a fines abstractos ideados por nuestros padres, desatendiendo lo real e incluso, por oposición a ellos, llegaré a materializar lo contrario a lo que llevo escrito en el nombre. Llamarse Libertad, Paz, Luz, no siempre es sinónimo de ser libre, vivir en paz y tener las cosas claras.

-Los diminutivos: “Me llamo Manuel como mi abuelo, pero me dicen Manolito”, han proyectado en ti la figura de tu abuelo, pero tienes prohibido crecer y superarlo.

-Los nombres compuestos: “Me llamo José Luís, por mi padre y mi abuelo”. Pobre de ti si la relación entre ellos era farragosa. “Me llamo “María José”, como dice Jodorowsky, “¡Catástrofe sexual!”.

-Los nombres feminizados o masculinizados: Mario, Josefa, Carmelo, Paula, corresponden a deseos frustrados de que naciéramos del sexo contrario.

¿Por qué no cambiarnos de nombre cuando este va cargado por un lastre que nos inmoviliza?

Nos aterra cambiarnos de nombre ya que tememos que dejaremos de ser reconocidos por nuestro clan. Tememos no ser reconocidos, ni identificados, no ser amados es el mayor temor que tenemos. Somos seres gregarios y pensamos que podemos morir si nuestro “clan” nos abandona, lo que es una herencia de nuestro cerebro arcaico.

Metafóricamente, el nombre que nos dan los padres es como un archivo del GPS que nos va indicando caminos digitalizados y guardados en la memoria familiar. Al nacer, nos instalan el archivo y vamos deambulando por el mundo por rutas más o menos pedregosas y abruptas, pero nos sentimos como en casa, porque ya fueron trazadas por el sistema operativo del árbol. Cambiarnos de nombre es arrojar el GPS por la ventanilla del coche y empezar a ver y a recorrer nuevos caminos, conquistar territorios que no habían sido archivados por nuestro árbol. Es hacernos cargo de nuestro propio destino.

¿Cómo entonces llamar a nuestros hijos cuando nacen?

Alejandro Jodorowsky afirma que cada uno tenemos un nombre (podemos hacer aparecer a nuestro guía interior y pedirle nuestro nombre en un ejercicio de meditación o de visualización) que viene con nosotros incluso antes de ser concebidos. Es posible que durante la gestación, este nombre les llegue al mismo tiempo a ambos padres de forma telepática, si tienen suficiente capacidad de percepción. Si no es así, es el niño el que debe nombrarse más adelante. En el caso de tener que decidir como llamar al bebé, el nombre no debe haber existido en la historia de su árbol genealógico, ni haber pertenecido a personas o ideales de los que lo nombran.

¿Cómo podemos cambiarnos el nombre?

Cristóbal Jodorowsky dice que: “cambiar nuestro nombre interno nos permite continuar creciendo. Imaginemos que quiero recuperar ese nombre que me dieron, pero que está lastrado por innumerables proyecciones familiares. Supongamos que se trate de mi nombre: CRISTOBAL.

-Moldearé con arcilla las letras de mi nombre, una a una…
-Las coceré una vez secadas para convertirlas en algo cerámico…
-Pintaré cada una de esas letras de forma que su mitad izquierda sea plateada y su derecha dorada…
-Con ese nombre que he creado lo introduciré en el interior de una gran bola de arcilla (como una pelota) Sobre esa inmensa pelota de arcilla pegarás las fotografías de todos los ancestros de tu familia: padres, abuelos, bisabuelos…
-Dejaremos que seque lentamente. (Durante nueve meses)
-Transcurrido ese tiempo, con un martillo dorado rompemos el “huevo”(es decir la pelota de arcilla que contiene en su interior las letras de nuestro nombre)
-Lavamos con agua bendita las letras de nuestro nombre. Las perfumaremos bien…
-Enterramos todo el material del huevo que hemos roto a martillazos y plantamos una bella flor.
-Para finalizar ese nombre debemos dejarlo en nuestro altar particular. Ese que ya nos hemos creado en algún lugar de nuestra casa.

Nos habrá costado, pero de esa forma recuperamos el nombre.