sábado, 4 de diciembre de 2010

"Sobre la Paciencia".



“Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a cien días de tristeza”.

Proverbio chino.

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Ser infinitamente paciente significa saber sin lugar a dudas que te encuentras en armonía vibratoria con la fuerza omnicreadora que dispuso que llegaras aquí. En realidad, colaboras en la creación de tu vida. Sabes que aparecerán las personas idóneas según un programa de orden divino. Intentar acelerar ese programa con tu propia agenda es como arrancar un brote de tulipán por haberte empeñado en que necesitas la flor inmediatamente. La creación desvela sus secretos poco a poco, no según tus planes.

Wayne W. Dyer, en “El poder de la intención”.

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En “El Guerrero de la Luz”, Paulo Coelho.

“Un guerrero de la luz necesita al mismo tiempo paciencia y rapidez. Los dos mayores errores de la estrategia son: actuar antes de tiempo y dejar pasar la oportunidad.
Para evitar esto, el guerrero trata cada situación como si fuese única, y no aplica fórmulas, recetas u opiniones ajenas.”

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Alejandro Jodorowsky: “Las cosas más grandes y más imposibles que imaginé, con la paciencia del tiempo se han ido haciendo reales.

La Tierra acepta lo posible y escupe lo nefasto y lo imposible. Hitler no duró más que diez años y en cambio nosotros seguimos muy vivos. Es decir, las mayores tiranías caen: Roma cayó, Rusia se disgregó… El mundo vomita lo que no es útil al cabo de cierto tiempo, o el mundo se acaba”.

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¿Cuántos refranes y dichos conoces en los que aparezca una cruz?

Cada cual lleva su cruz.
El que no tiene una cruz, se la están haciendo.
Enfermedad larga, cruz a la espalda.
Cada altar tiene su cruz.
La cruz de mas excelencia es la cruz de la paciencia.
¡Cuántos!

Inmersos en la cultura una religiosa que malinterpretó los Evangelios, crecimos muchos en el conformismo de que la vida es un sufrimiento y que cuanto más pese la cruz que llevamos a cuestas, más seremos dignos de entrar en el reino de los cielos. ¡A sufrir!

Así cargamos con conflictos del pasado, problemas ajenos, culpas, quejas, relaciones tóxicas, hábitos insaludables…y un largo etcétera. La explicación más lúcida sobre este vivir cargando con “la cruz que a cada uno nos toca”, nos la da Alejandro Jodorowsky cuando nos habla del nudo sadomasoquista.

El día que nos liberamos de estos pesos comenzaremos a volar felices, siendo lo que realmente somos.

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Por muy oscuro que esté, tengo la certeza de que volverá a brillar la luz.

Acepto lo que no puedo cambiar. Ya se trate de mí mismo, de otras personas o de las circunstancias, sé que necesito armarme de paciencia. La situación puede prolongarse.

La solución que yo adopte no tiene que ser la tuya. Elijo la que me libera de mis propias expectativas y de las expectativas de los demás, de todas las ideas preconcebidas acerca de cómo deberían ser idealmente las cosas.

Me permito sentir ira y tristeza o tener miedo. Pero no estoy a merced de mis sentimientos. Les doy espacio y decido cuándo es hora de pasar a otros pensamientos y cambiar el estado de ánimo.

Asumo la responsabilidad sobre mí mismo. Nadie más determina qué es lo que yo pienso, siento y hago. Soy yo quien configura mi propia vida.

No estoy solo. Si no me obstino en esperar o en estar dispuesto a recibir ayuda de ciertas personas, permanezco abierto a ofertas inapropiadas. Poder introducir una diferencia positiva en la vida de otras personas me fortalece a mí mismo.

Sea cual sea lo que deje a mis espaldas y con independencia de lo importante que pueda ser, tengo un futuro para el que pueda prepararme interiormente. Mis expectativas determinan de algún modo lo que esté por venir.

Todo lo que he vivido es mi capital, le pertenece a mi persona y a mi vida. No repetiría voluntariamente todas las experiencias, pero tampoco quisiera prescindir de ellas, porque sin ellas yo sería otra persona. Lo que soy y la manera en que puedo cambiar está íntimamente relacionado con lo que fui.

M. Gruhl, “El arte de rehacerse: la resiliencia“.

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El Cuento del Caracol.

Aquel pequeño caracol emprendió la ascensión a un cerezo en un desapacible día de finales de primavera. Al verlo, unos gorriones de un árbol cercano estallaron en carcajadas: «¿no sabes que no hay cerezas en esta época del año?» El caracol, sin detenerse, replicó: «no importa. Ya las habrá cuando llegue arriba». Llegara o no llegara, el caracol ya las anticipaba en su imaginación, comenzando a subir con suma modestia.

La paciencia es la semisuma de un trabajo modesto y de una imaginación potente que anticipa el resultado, es decir, de una mirada positiva y propositiva.

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Fábula acerca de la Paciencia y la Iluminación.

Alejandro Jodorowsky: Los que creen conseguir la mítica iluminación en un minuto, gracias a las palabras mágicas y secretas que un gurú se dignará comunicarles, cometen un error. El progreso espiritual no se logra a punta de palabras. Ellas sólo sirven de flechas indicadoras del camino, pero éste debe ser recorrido con paciencia y perseverancia. La iluminación será la suma de acciones que hemos hecho para conseguirlas, es decir , el fruto de un colosal trabajo, que muy pocos tienen la paciencia de emprender.

La fábula de hoy habla precisamente de la impaciencia:

Una piel blanca, glacial, cubre la tierra. Cubierta de nieve, la vegetación dormita, dentro de sus madrigueras roncan los animales silvestres y en sus nidos los pájaros sueñan que multiplican con el brillo de sus alas los rayos del sol… En medio del invierno, un árbol que no duerme, piensa: “¿Por qué debo esperar que venga el verano para dar mis frutos? ¡Hoy mismo y no mañana quiero florecer!” Estira sus raíces hacia yacimientos profundos, succiona su energía, a riesgo de partirse las venas deja subir una savia formada con dolor, con quejidos hace crecer yemas en sus descortezadas ramas. Las hojas nuevas, impertinentemente verdes en la grisácea bruma, estiran sus bordes. El árbol derrite puntas de hielo, se sacude, quema jugos terrestres, vomita flores de terciopelo delirante y por fin, en estallido múltiple, se pone a parir naranjas, gritando: “¡He triunfado! ¡Mis frutos entre la nieve brillan como soles!” Pero es invierno, y nadie puede oír su canto de triunfo. “¡Aquí estoy, centro vivo de la muerte! ¡Despertad! ¡Pájaros: comed mis frutos de miel! ¡Cuadrúpedos: saboread mi pulpa tierna! ¡Insectos: sumergid vuestras trompas en mis jugosos cálices! ¡Soy dádiva de amor: no me dejen solo!”… Todo duerme, reina el silencio. Los dorados frutos, estériles, se pudren. Viene la primavera. El nuevo sol, con vitalidad de macho cabrío, hace temblar la tierra bajo la caricia de sus rayos y una bruma dulce sube con quejidos de pasión. Sin esfuerzo, los árboles florecen, los pájaros devoran sus frutos y dejan caer las semillas. Aparecen nuevos brotes de potente designio que enriquecen al bosque lujurioso… Tirado en el barro, como un gran gusano oscuro, el naranjo impaciente ve con desesperación cómo las hormigas comienzan a roer su calcinado tronco.

El florecer de un espíritu debe suceder a su tiempo, naturalmente, después de constantes esfuerzos y desvelos que deben ser realizados sin publicidad. Tratar de lucirse, dando a los procesos un bombo prematuro, es satisfacer la vanidad, más no el hambre y la sed de perfección.

Imagen de khoborerantorale.com